martes, 27 de septiembre de 2011

Breviario de otoño -2011


1.      Los otoños posteriores a un verano con canción del verano eran mejores.
2.      En los otoños que seguían a un verano con canción del verano no echaban a Javier Marías de las librerías. Millones de parados, recortes sin límite, enfermos que no reciben atención,  escuelas en barracones…y ahora esto, que realmente colma el vaso: han echado a Marías de una librería. ¡A Javier Marías, nada menos! Pero hombre,  dónde vamos a ir a parar… Menos mal que él mismo y EPS nos mantienen informados de todos los detalles de este acontecimiento que sin duda ha sacudido los cimientos del mundo tal y como lo conocíamos.
3.      No es cierto. Esperanza, la líder- esa, no tenía una relación con Gadafi.  Es un rumor absurdo, aunque parezca explicar tantas cosas...  “Son criticaciones de cuatro envidiosas…”
4.      Si a Javier Marías le roban el turno en la carnicería o tropieza al salir del portal de su casa, este será el peor otoño en las últimas décadas. Estemos pendientes de las últimas novedades y preparémonos para lo peor.
5.      Un hombre que se suicidó ayer en un pueblo de Albacete porque no estaba seguro de si quería que llegara pronto el 20N ( y que acabara pronto la campaña interminable) o que no llegara nunca. Incapaz de decidir, decidió no llegar él.
 6.      Hay algunas revistas de moda que regalan periódicos. Hay suplementos de moda que regalan con la sección de moda de una revista de moda que le creció  a una cabecera de moda. Beigbeder, tras su posado,  ha confirmado su asistencia a Gaudí , Cibeles y Milán.  La moda es un arte, un mundo, una cultura. Los diseñadores son genios. Los fotógrafos de moda son genios. Boris es un genio. Vitorio y su primo también. Vale. Guay.  Amén. Pero el cabrón rancio , mostrenco y desfasado que hay en mí, entre bostezos de aburrimiento, solo puede decir: mis cojones, la moda es arte. Y la peluquería, no te jode. Y la jardinería. Y la puta mierda del interiorismo. Ya. Respiro hondo y lo dejo. Ya. Ya está.
 7. Los fisioterapeutas no dan abasto este otoño, con la de tortícolis que hay. Todos mirando al cielo. Por si cae el satélite, por si cae el millón de empresarios de Rajoy (la NASA tampoco ha podido hacer una previsión del lugar en el que caerán, ni si lo harán todos de golpe, o de cien mil en cien mil), por si cae la prima de riesgo, por si cae la lava del volcán…  no se preocupen, saldremos de este otoño, sobreviviremos, siempre que nos aseguremos de distribuir fotografías de Marías entre los pocos españoles, digo europeos, que no lo conozcan, en particular a los dependientes de librerías, joyerías, panaderías y tiendas de discos. No vayamos a tener otro disgusto.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Esperanza

      Me había prometido que este blog sería únicamente para desahogarme, nunca para contar mi vida ni compartir con los demás si he tenido una buena digestión o me ha salido un grano en el colodrillo. Voy a romper esa promesa. Como bien sabéis, hay sueños de los que cuesta tanto desprenderse que siguen intranquilizándote durante la vigilia, y solo explicándoselos a alguien parece que van volviendo a su lugar, al otro lado. Así  que, haciendo una excepción en los propósitos de este blog, os lo cuento, a ver si me ayuda a calmarme.
     Anteayer tuve una pesadilla de la que no he conseguido salir aún del todo. Yo tenía 16 años, y salía del instituto con andar desgarbado y unas zapatillas John Smith que pedían a gritos un cubo de basura.  Me sentía torpe y desconsolado, como a los 16. El realismo de mis sensaciones venía confirmado por un tupé de al menos 40 centímetros, sostenido, seguramente, por un andamiaje invisible. De repente, una mujer rubia, de unos 60 años se dirigía hacia mí. Tenía los ojos pequeños y para ganarse mi confianza me decía que era familia de un poeta que a mí me encantaba. Parecía amable. Su sonrisa, sin embargo, tenía algo inquietante, como si supiera algo que nadie más sabía, o como si no sintiera algo que todos los demás sentían. Sin previo aviso, se lanzó sobre mis libros de 3º de BUP y mis carpetas forradas y me los arrebató. Hizo una pila con ellos y les arrojó gasolina mientras reía a carcajadas. No sé por qué, pero lo más angustioso de la escena no era el fuego que se llevaba mi bachillerato, sino ver bailar a aquella mujer con calcetines blancos y zapatos de tacón alrededor de las llamas. Aterrado, intentaba alejarme de ella, y echaba a correr. Descubría entonces que todas las calles llevaban a una discoteca de la ruta del bacalao, un lugar desproporcionadamente grande donde había que coger número para comprar speed. Podía oírme gritar para intentar sacar de mi memoria la risa de aquella mujer. Me frotaba los ojos hasta casi arrancármelos para olvidar la escena de la hoguera. El sueño duró toda la noche. A la mañana siguiente, cuando bajé al kiosco, la señora liberal todavía estaba allí.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Tengo una teoría

       Sí, soy uno de esos. Uno de los insoportables que ven pasar una mosca y hacen una teoría, ponen la tele y hacen una teoría, escuchan a dos chonis en una cafetería y no se conforman con ponerse nerviosos, hacen una teoría… así soy, qué le vamos a hacer. Peor para mí, y para mis “allegados” (qué gran palabra, “allegados”; ¿de dónde llegaron?,¿cómo se arrimaron a mí?, pobres…), que tienen que sufrirme y fingir interés en el planteamiento, desarrollo y dirección de mis teorías. Por fortuna, tengo un par de amigos con una patología similar, y juntos podemos desfogarnos bastante, con la paciencia que da exigírsela a los otros. Eso sí, ellos son mucho más listos, de modo que en sus actividades habituales ocultan esta debilidad, esta mancha, este vicio. Yo no. Yo soy un yonqui de las teorías, un torturador impenitente de las mentes vecinas, un…  un coñazo, vamos.  Bien, pues hecha esta confesión, hoy quiero exponer una teoría. No, no se asusten, no debe de ser mía: quién tiene teorías propias, quién no piensa de prestado,  a rebufo…
     La probabilidad de que nos rebocemos en la gilipollez, de que chapoteemos en ella, es inversamente proporcional a la familiaridad del barrizal. No se trata de conocimiento, sino de familiaridad. Eso explicaría que un ser humano razonable, que no aceptaría que se le aplicaran sanguijuelas por todo el cuerpo como hace doscientos años, o que una curandera murmurara unas oraciones católicas mientras le pasa la mano sobre un sarpullido, acepte en cambio poner unos bulbos en agua, repetir frases monótonas en lenguas desconocidas, o tomar unas bayas milagrosas que sirven para curar decenas de enfermedades distintas. Así, con la abrumadora fuerza agilipollante de lo exótico, el goji se vuelve mejor y más poderoso que los arándanos, las infusiones de bambú adoptan un aura maravillosa y los chacras parecen sabiduría ancestral frente a la superstición de los humores de Huarte de San Juan. 
        Ni el que desprecia lo “otro” ni el que lo idealiza tienen ocasión de razonar, pues actúan con el prejuicio del exotismo, muestre este la cara que muestre, la de lo “aberrante” o la de lo “interesante”.  Raramente la fascinación o el odio ciegos se aplican a nosotros mismos, a lo nuestro, pues somos conscientes de ser el que mira y lo mirado, y esas posturas maniqueas, inhumanas, nos suelen estar vedadas (hay excepciones, claro: citaba Muñoz Molina una frase de Uriarte, según la cual en los nacionalistas hay algo de turistas en su propio país), al margen de que seamos más o menos conscientes de nuestra complejidad, como podríamos serlo de la de los otros.
     Y luego están los nombres. Joder, cómo no sucumbir a esos nombres … Si te dijeran, “prueba este ungüento chino”  pero no, te dicen, “prueba el bálsamo del tigre”, y caes rendido, claro. Cómo no bajar la guardia, cómo mantener las defensas de la razón ante algo que se llama  “masaje Champi” (ya me está apeteciendo), “terapia áurica” (me la pido, me la pido), “masaje con piedras de jade”(oyyyy...), numerología tántrica… perdonad, no puedo seguir con mi teoría, tengo que ir a un centro de terapias orientales que hay cerca de casa, con un yogui de nombre impronunciable que debe de ser la leche…

martes, 13 de septiembre de 2011

Agáchate, que no es nada

      No, no es una cita de Marcial Maciel, es (o parece ser) el lema del otoño que nos espera. Un otoño largo, que va a durar por lo menos hasta el 2015, o más. Da miedo. Un poco de pena también, pero sobre todo miedo. No sé si va a haber tijeras para tanto recorte y hebillas para tanto cinturón apretado. No sé si va a haber ibuprofenos para el dolor de cabeza que nos darán las explicaciones y los paños calientes,  ni si vamos a tener suficiente inteligencia para tanto insulto a la susodicha, bastantes derechos laborales para cederlos a la voracidad… Pero es que, encima, ni siquiera podremos babear con Ana Pastor (lo siento por los/las que prefieren hombres, pero no se me ocurre un equivalente masculino). Ni esa ilusión nos va a quedar. Para que luego digan que, si sueñas con fuerza, tus deseos se cumplen.
Un día hablaremos aquí más despacio del optimismo gilipollas al que nos conminamos. Hoy solo quiero confesar que cuando aparece uno de esos/as muchachos/as en un casting televisivo, en un festival de cortos, en un foro de poetas, etc. convencidos de que “perseguir los sueños” es garantía de que se cumplan, de que a los 20 años ya “han luchado mucho” por “sus sueños”, en fin,  convencidos de que Mickey siempre gana a los malos y por eso mola que te cagas, uno debería sentir ternura, y sin embargo uno, que es un hijoeputa, solo siente ganas de hacerles deglutir una a una las páginas de la obra completa de Rojas Marcos, Punset, Bucay senior, Bucay junior y Agustín Fernández Paz. Lo sé. Soy cruel y despiadado. No siempre huelo bien. Y, por si fuera poco, a ratos me hace gracia Mourinho. Lapídenme, no opondré resistencia. Pero agáchense, que viene el otoño. Agáchense, que no es nada…

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Twitteratura

No digo nada que no sepáis: Paulo Coelho es a la literatura lo que el Happy Meal a la gastronomía.
          
Pues bien, era una consecuencia lógica que se convirtiera en el puto amo de las redes sociales. Dicen, en el Magazine, que es más popular que Lady Gaga y sólo un poco menos que Justin Bieber.  Si consiguen la presencia de los tres en los próximos premios MTV, esa foto dirá más de esta época que todos los sesudos ensayos sociológicos y todos los crispados foros de internet juntos.  Coelho y Twitter estaban condenados a encontrarse y amarse. Después de todo, dice, “escribir es como amar”, y con la pasta que se levanta debe de ser como amar a Alberto de Mónaco. Si finalmente Bieber y él se conocen, no hay duda de que el alquimista está en condiciones de escribirle tres o cuatro hits, o por lo menos iluminar su “camino vital” con unos twits.
En fin. No estoy en condiciones de lanzarme  a la discusión baldía de si la inmediatez, la brevedad y la saturación de la comunicación nos hacen propensos a lo simple, distraídos, afásicos, ágrafos, analfabetos funcionales, etc.  Ya circulan, sobre todo a partir del libro de Carr y sus entrevistas todo tipo de enconadísimas discusiones (apocalípticos e integrados, ¿o era cowboys y aliens?) y verdades como puños. Claro. ¿Quién no tiene  a estas alturas un buen puñado  de puñeteras  verdades como puños  que estrellar como ídem contra quien sea, desde el pequeño acorazado de su IP y con un icono o una foto chula al lado de sus desvaríos?  Aquí no toca, que hemos venido sólo a decir obviedades: que leer es otra cosa, bajar o subir la cuesta del idioma, sentir cómo nos lleva o se nos opone, cómo no nos deja estar quietos; “el único gemelo de la vida”, que decía Charles Olson.
 ¿Es posible eso en el tsunami de internet? ¿O es inevitable la búsqueda de lo consabido, de la pirotecnia, de la reafirmación  y de las digestiones fáciles? No sé. Pero nadie me negará que, si de Coelho hablamos, mejor 140 caracteres que 140 páginas.