viernes, 23 de septiembre de 2011

Esperanza

      Me había prometido que este blog sería únicamente para desahogarme, nunca para contar mi vida ni compartir con los demás si he tenido una buena digestión o me ha salido un grano en el colodrillo. Voy a romper esa promesa. Como bien sabéis, hay sueños de los que cuesta tanto desprenderse que siguen intranquilizándote durante la vigilia, y solo explicándoselos a alguien parece que van volviendo a su lugar, al otro lado. Así  que, haciendo una excepción en los propósitos de este blog, os lo cuento, a ver si me ayuda a calmarme.
     Anteayer tuve una pesadilla de la que no he conseguido salir aún del todo. Yo tenía 16 años, y salía del instituto con andar desgarbado y unas zapatillas John Smith que pedían a gritos un cubo de basura.  Me sentía torpe y desconsolado, como a los 16. El realismo de mis sensaciones venía confirmado por un tupé de al menos 40 centímetros, sostenido, seguramente, por un andamiaje invisible. De repente, una mujer rubia, de unos 60 años se dirigía hacia mí. Tenía los ojos pequeños y para ganarse mi confianza me decía que era familia de un poeta que a mí me encantaba. Parecía amable. Su sonrisa, sin embargo, tenía algo inquietante, como si supiera algo que nadie más sabía, o como si no sintiera algo que todos los demás sentían. Sin previo aviso, se lanzó sobre mis libros de 3º de BUP y mis carpetas forradas y me los arrebató. Hizo una pila con ellos y les arrojó gasolina mientras reía a carcajadas. No sé por qué, pero lo más angustioso de la escena no era el fuego que se llevaba mi bachillerato, sino ver bailar a aquella mujer con calcetines blancos y zapatos de tacón alrededor de las llamas. Aterrado, intentaba alejarme de ella, y echaba a correr. Descubría entonces que todas las calles llevaban a una discoteca de la ruta del bacalao, un lugar desproporcionadamente grande donde había que coger número para comprar speed. Podía oírme gritar para intentar sacar de mi memoria la risa de aquella mujer. Me frotaba los ojos hasta casi arrancármelos para olvidar la escena de la hoguera. El sueño duró toda la noche. A la mañana siguiente, cuando bajé al kiosco, la señora liberal todavía estaba allí.

5 comentarios:

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  3. Y te cogió de una oreja y te dejó en el vestíbulo de un colegio de curas concertado y bilingüe. Es lo peor que tienen las pesadillas: que son ciertas (¿Te fijaste que tenía piel de lagarto, como los extraterrestres de las series de TV?)

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  4. Y lo que le queda...

    (con esos ojos pequeños... uuf)

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  5. En la pesadilla, a veces ella misma repartía el "speed" en la pueta de las discotecas, donde nos agolpábamos los pobres que no podíamos pagar el instituto. Sospecho incluso que en algún momento le vi unos colmillos asomar...mientras no dejaba de sonreír, siempre tan encantadora... al canibalismo por la sonrisa. Un saludo a todos.

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