Cuentan de un duque que un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se sustentaba, de los congresos que hacía… pero no, no vamos a hablar de él…
Cuando toda España está pendiente de los implantes de Belén Esteban, de la reforma laboral que nos han asestado por la espalda, de controlar al enemigo (los niños de 12 años de Valencia: habría que revisar aquel dicho futbolero que aseguraba que “no hay enemigo pequeño”) y, básicamente, de cómo coño pagar la reparación de la lavadora, el recibo del comedor o el seguro del coche…hay un grupo de mentes preclaras lanzando cuchillos virtuales de blog en blog a cuenta de quién es más moderno, quién más reaccionario, quién lleva mejor los pantalones de pitillo o quién no ha follado todavía lo suficiente para llamarse escritor.
Tanto las editoriales como las revistas donde los “nuevos narradores” son promocionados a conciencia deben de estar felices. Autores que, de otro modo, pasarían sin pena ni gloria, consiguen su parcelita de popularidad que, así, minimizará su seguro fracaso comercial. Porque, seamos claros, a la gente, al común, a la masa de lectores, estos modernillos no le gustan. Son demasiado “experimentales” (permítaseme malbaratar aquí ese adjetivo, luego precisaremos), demasiado raros, demasiado aburridos, y ni poniéndoles pinta de cantantes pop y creándoles un personaje van a vender más de mil ejemplares (soy generoso, no lo puedo evitar). Pero resulta que esa es su única baza, porque los otros lectores, los exigentes, los valientes, los pacientes, los culturetas, tampoco los tragan. Igual porque antes de leer sus “irritantes” y autocomplacientes “experimentos” habían leído a Torrente, a Benet, a Goytisolo, a Beckett, a Joyce, a Barthelme, Barth, a Foster Wallace. Y ¿cómo llamar revolucionaria, rupturista, experimental, a una de esas novelas casi 100 años después de Tarr, 90 años después del Ulises, 70 después de Finnegans Wake, 50 después de Molloy, 40 después del Conde Don Julián…?
Dichas todas esas obviedades, no sería justo dejarlo a medias… entre los que los despedazan hay, a veces, una saña innecesaria. Jóvenes que creían descubrir el Mediterráneo ha habido siempre, y sus poemas, canciones y novelas eran, mayoritariamente, una puta mierda: hace treinta años como hace diez. De entre esos, algunos eran “descubiertos”, vendidos y comentados durante un tiempo, y al poco se olvidaban, quedando una mínima porción –afortunada, claro, siempre quedará la duda de cuántos buenos libros han quedado en un cajón- de los que realmente iban en serio y tenían algo que decir. La diferencia, se me dirá, es que hay un nuevo escritor de moda cada semana, que cada cinco minutos se “vende” una nueva narrativa y que la generación que esta mañana era lo último, por la tarde ha quedado en reliquia antediluviana. Cierto, pero es que no podemos pretender que el “hecho literario” quede al margen del funcionamiento general de la industria cultural. Bueno, podemos, pero solo nos causará más frustración. O dicho de otro modo, que darles caña (aunque, claro, es tan tentador, se pasan tan buenos ratos…)es participar del mismo mecanismo que les ha dejado creer que son la leche, y quizá permitir que todos esos nombres resuenen por igual, lo que hará aún más difícil que se escuchen los dos o tres que, a la larga, puedan realmente merecer nuestra lectura. Que la vida es corta y uno no puede perderla en discusiones baldías por un trozo de tarta que es tan pequeño que da risa (los poetas saben de eso un rato), y mucho menos leyendo –para poder criticarlos con la conciencia tranquila, a diferencia de los que los alaban a sueldo en los medios sin leerlos,”que uno se vende pero no se flagela”- libros que pasarían desapercibidos si no hicieran presa en nuestra mala leche y que quizá nos estén privando de distinguir entre ellos la verdadera novedad. Y necesitamos además tiempo para preocuparnos del despido libre, de las tetas contaminadas de la Esteban y de esos peligrosos terroristas con cara de niña de trece años que toman nuestras calles pidiendo (¡nada menos! ¡habrase visto! ) más educación pública y menos fórmula 1.