Un grupo de niños en el patio llora amargamente su desgracia. Unos de sexto que decían ser sus amigos les han quitado varios días el bocadillo, exiguo (es un colegio venido a menos, junto a un polígono vacío y cerca de decenas de grúas abandonadas), y después han pasado a mayores. Les han amputado un dedo del pie. Les duele. Eran sus amigos, decían. Eso sí, lo hacían todo sin mala intención. Mientras les arrinconaban detrás de la portería, les explicaban que había unos matones en el patio de al lado que les obligaban a llevar a cabo el robo, y más tarde la amputación, para calmar su gula, su sed y crueldad desmedidas. “Si no les obedecemos, todos vamos a sufrir mucho, puede que no vuelva a haber recreo, puede que nos quiten el patio, que lo desmantelen del todo”.
El grupo de niños doloridos tiene miedo y rabia, además de dolor. Algunos, cabreados, hablan de acabar con los patios y los abusones, aunque no está claro cómo. La mayoría, en cambio, dice que necesitan buscar a otros mayores que les protejan, que sepan calmar a los macarras del patio de al lado. Buscan a los hermanos de los matones, a sus primos, a sus adláteres, y les dicen que les duele mucho el pie desde que les amputaron el dedo. Que quieren comerse el bocadillo en paz, que si ellos pueden sustituir a los de sexto.
Es domingo por la noche, 20 de noviembre. Mañana hay cole. Mañana, los nuevos protectores llegan al patio. Ellos sabrán calmar a los matones. Los conocen bien. Hay algunos niños desconfiados, sin embargo, que tiemblan mientras se tocan el pie dolorido, que sienten ya el dolor del futuro muñón en el tobillo, o en la rodilla, que empiezan a dibujar muletas, a llorar en silencio. Los nuevos protectores han afilado ya las hachas y las motosierras. Por su parte, los matones respiran hondo, libidinosos. La noche es fría, y anuncia un lunes de verdadero invierno.
No sé yo si no han sido un verdadero invierno también las etapas anteriores. Para mí, que sí. Que con unos protectores te quitan el bocadillo, y con otros, te quitan las hojas de reclamaciones o los besos en los baños. Pero todos quitan. No sé. Yo esa noche dormiré tranquila. Al menos, los ladrones van a repartirse el botín, en lugar de acapararlo todo el mismo ladrón.
ResponderEliminarPero vuelvo a decir: no sé. Es extraño todo.
Es la gran decadencia.
Uhmm. ¿a qué me recuerda tu historia...?
ResponderEliminarHola, muchas gracias por tu visita, y me ha gustado mucho el texto... estas cosas se empiezan a fastidiar desde la infancia, y el caso es que los matones siempre ganan
ResponderEliminary cuando estemos todos cojos ¿a que no te imaginas de quien será la fábrica de patas de palo?...
ResponderEliminarSin duda ellos fabricarán las prótesis, con un sistema de almuerzo en días alternos: un día se lo daremos, y al día siguiente se lo entregaremos a cuenta del pago de la pata de palo...
ResponderEliminarUn abrazo a todos y gracias por los comentarios.
Amigo mío, utilizando de forma bastarda al bueno de Shakespeare: A partir de hoy empieza el invierno de nuestro absoluto descontento...
ResponderEliminarVaya cuatro años (si no más) que nos esperan. Si lo llego a saber pido asilo político en la Big Apple (en la Steve Jobs o en la otra, que igual me da).
Un abrazo!!
Cuidado, que allí usan el spray de pimienta como si fuera desodorante...
ResponderEliminar