lunes, 16 de abril de 2012

Fracasando, que es gerundio (un álbum)- I


Instituto público. Hace más de veinte años.

      Era menudo, calvo, y parecía haberse desanclado del movimiento terrestre. Su cuerpo y su voz transmitían una quietud ajena a la perpetua agitación en la que nosotros habitábamos. Sólo sus ojos tendían, a veces, un puente con nuestro mundo, cuando desde la tarima ordenaba leer a los ausentes:
“Señor Navarro Pastor, lea. ¿No? ¿No sabe? Bien, entonces, señor Pérez Pellín, lea.” 
     Una vez todos los pupitres vacíos se habían negado a obedecer y cada uno de los presentes estábamos ya reprimiendo la risa, con la voz saliendo directamente de los ojos hacía un comentario sobre lo preocupante de no saber leer a esas alturas del bachillerato. Al final, ante la incomprensible incapacidad lectora de los que no estaban, él mismo nos ofrecía en voz alta fragmentos de los autores que íbamos a tratar en clase, o de los que habíamos visto el día anterior. No he olvidado la sensación de no poder controlar mis carcajadas escuchando La “tournée” de Dios, o la de verdadero pasmo ante el millón de cadáveres de Dámaso Alonso. Sólo mucho después, cuando leí a Pennac hablar de un profesor que también le leía, entendí lo extraordinario de aquellas clases de literatura.
         Aranda nos ofrecía un fluido perdido desde las lecturas de la infancia, un fluido donde, al abandonarse, el mundo se veía mejor, casi a salvo, como si hubiéramos logrado desanclarnos de la gravedad terrestre y movernos en otro espacio con dimensiones infinitas que, sin embargo, tenían algún sentido. Los pupitres eran verdes, creo. Todavía compadecemos a los que se quedaban en casa, o en la cafetería, y eran llamados a leer. Por una vez, los afortunados éramos nosotros.

3 comentarios:

  1. Precioso. Yo también tuve inevitablemente muchos profesores, pero muy pocos maestros (lo de buenos es redundante)

    ResponderEliminar
  2. Detesto parecer escéptico sin necesidad, pero las lecturas de Aranda ¿producían de verdad ese efecto en todos tus compañeros? ¿No había risitas, bostezos, indiferencias? (Si me dices que sí a la primera y que no a la segunda me haras muy feliz. Uno necesita creer en esas cosas).

    ResponderEliminar
  3. Lansky, yo sí tuve unos cuantos, y estos días de noticias oscuras para la educación pública me ha dado por recordarlos.
    Vanbrugh, no sé si a todos les producía el mismo efecto, pero unos cuantos lo seguimos recordando 20 años después, y eso también nos da algo en lo que creer, que sí, que necesitamos creer en esas cosas.
    Un abrazo a los dos.

    ResponderEliminar