martes, 29 de mayo de 2012

Fracasando, que es gerundio (un álbum) II


Hace cien años de una de las huelgas más importantes en la historia de los Estados Unidos, una historia más cuajada de luchas obreras y sociales de lo que en Europa suele conocerse (o reconocerse). De hecho, la huelga desembocaría, unos años más tarde, en una auténtica guerra: la de los empresarios mineros, y el gobierno que los protegía (qué cercano suena), contra los sindicatos y los desesperados trabajadores. No es una metáfora: una guerra con sus bombas, sus ataques químicos y sus metralletas.

 
     En estos tiempos no hace falta mandar detectives privados a saquear las casas de los mineros, o de los obreros, o de ese grupo-antes-conocido-como-clase-media. No hace falta recurrir a la aviación. No hay que encarcelar, gasear, difamar a líderes peligrosos para los tiburones. No hay una "Mother Jones" o un Hatfield. No puede haberlos. Todo funciona como la seda. No sé por qué algunos tontos nos sentimos impotentes leyendo los periódicos. No sé por qué me he acordado hoy de la guerra de las minas de West Virginia. Será cosa de la música de blues que el disco de Hugh Laurie me ha hecho desempolvar, y ahí estaba Hutchison cantando a los mineros. Será eso. Todo está bien. Es sólo culpa del doctor House.



Por otra parte, aunque viví pocos años allí, y he ido espaciando mis visitas, yo soy de un pueblo minero, que ahora tratan de desmantelar definitivamente acabando con su escuela universitaria, años después de que las minas cerraran y se convirtieran en accesibles al público. Los turistas visitan el primer piso, se asoman a la humedad y la historia de los túneles. Por debajo, cuarenta y tantos pisos más, un mundo subterráneo, un universo de galerías abandonadas. Esa fue la mina de mercurio más grande del mundo. La muerte la hizo inmensa. El trabajo, el ingenio, la avaricia, la necesidad… pero sobre todo la muerte. Un aluvión de muerte por cada tímido paso entre el cinabrio. Una carreta de dolor por cada gramo de mineral. Exactamente igual que arriba, en la superficie, sólo que en el envés oscuro y húmedo del mundo.
            Si quisiéramos imaginar cómo sería el lugar donde vivimos si todo terminara, qué quedaría de nosotros, no hay más que asomarse a los centenares de kilómetros de abandono abisal de esa mina cerrada, acercarse, callado, al silencio inconcebible de las entrañas de Almadén.

2 comentarios:

  1. El grupo-antes-conocido-como-clase-media son muy malos combatientes, dificiles de reclutar y cobardes ante el enemigo, epro cuando, rara vez, se suman a la lucha, es que está ganada

    El mundo que nos van a dejar esos tiburones y los buitres es, en efecto, como tu acertada metáfora, una triste y húmeda mina cerrada, prostituida finalmente para más INRI por las miradas ineptas de los turistas que ignoran su significado.

    Me has emocionado, eso sí, el Laurie no canta ni la mitad de bien que un negro o que un minero un martinete

    ¿Eres de Almaden?

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  2. El Laurie tiene su punto, no creas, y además ha hecho que vuelva a oír los discos viejos de blues, y con eso ya le estoy agradecido. (o a lo mejor es que este es tiempo de blues)
    Hutchison, el que enlazo aquí, es de los primeros blancos (que yo sepa, no me voy a poner ahora a tirar de Wikipedia: algunos discos llevaba 15 años sin oírlos)en grabar blues, aunque antes de ser "grabable" y vendible el blues circulaba entre blancos y negros pobres con más fluidez de la que pueda parecer. Vivía en el condado (Logan) de Virginia donde masacraron a los mineros, pero no se sabe si participó en la "insurrección" o no.
    Y a lo que íbamos...¿Que si soy de Almadén?
    Ave que cipote...

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