Regardé será pronto un páramo digital, un desmonte cibernético donde
campen los ratones del abandono, porque esta será la última entrada (sorbiendo mocos incipientes y lágrimas
abundantes lo digo) de este puto blog. Nacido de un traspié, este compendio de
quejas, pegas y objeciones baja la persiana. Cuando lo abrí el julio pasado, no pensé que
durara más que mi baja laboral -por el traspié- ni que alcanzara a ser leído
más que por mis amigos. En cambio, ha sobrevivido bastante más de lo esperado, aunque
haya sido difícil mantener la regularidad de "posteo" (soy pluriempleado, aunque puedo decir en mi
descargo que uno de los dos trabajos exige el pluriempleo :no acaparo trabajos
que podría hacer un parado, quiero decir) y ha llegado a la sorprendente cifra
de las 10000 visitas, que no es nada en la red, ya lo sé, pero es mucho cuando
no se esperaba nada.
Lo he pasado bien y he podido
escribir aquí de bastantes asuntos de los que no sé, deslizándome muy a gusto
por la siempre tentadora pendiente del cascarrabismo. Seguiré haciéndolo en
casa ajena cuando tenga tiempo, incordiando con mis comentarios sin criterio en
algunos de los blogs que leo, pero no en Regardé. La entrada que sigue, un
retrato totalmente ficticio, o sea, fiel, del escritor frustrado, valdrá como
despedida. Un abrazo a los incautos que pasan por aquí y que el apocalipsis nos
pille echándonos unas risas o, por lo menos, quejándonos y refunfuñando, que
también alivia mucho.
Retrato del escritor frustrado (en cinco
pasos)
1. El escritor frustrado tuvo en la infancia
visos de niño prodigio, rarezas de geniecillo en ciernes. No es imprescindible
que fuera un niño contrahecho, pero ayuda. Tampoco son imprescindibles los
premios en concursos literarios infantiles y la admiración incondicional de
profes y bibliotecarias, pero se agradecen y redondean mucho el perfil del
escritor frustrado. Yo daba todo el perfil, la planta y el alzado, sin fisuras.
2. De adolescente, el escritor frustrado se
salvó de una condena al ostracismo social por vía de insistencia: insistir en
marginarte para que no te marginen, redoblar la excentricidad (tan pasmosamente
normal) para encajar.
Como hacen la mayoría de los adolescentes,
pero el escritor frustrado considera excepcional en él/ella, nuestro sujeto
disparaba por elevación a la ficción quinceañera de la personalidad: no perdía
detalle de cada uno de los mínimos giros de sus propias emociones, de sus
propios gustos -el yo sobrealimentado de referencias literarias y musicales que
algunos no abandonan nunca- de sus inquebrantables opiniones y de todo lo que
pudiera, en fin, distinguirle como el puto genio que iba a ser.
Ahora, si el escritor frustrado es nativo
digital, hace pública toda esa concentración en sí mismo/a que es consustancial
a la inmadurez y que más allá de los veinticinco es la señal más visible de la
estulticia. Fotos a trasluz de sus tatuajes, de sus lecturas, de cualquier
ocurrencia. En otro tiempo hacíamos lo mismo, pero en las cafeterías, bares que
habríamos querido llamar poco recomendables -pero no merecían el título-y algún
parque o descampado miserable, si es que se les podía distinguir.
3. Cuando, a los veintipocos, publicó su
primer libro, el escritor frustrado no había abandonado las últimas certezas
(suena a aquel ominoso parte de guerra: cautivo y desarmado, el escritor
frustrado ha abandonado sus últimas...) y creía estar a punto de encontrar su
voz, en el umbral de su Obra. Invariablemente encumbrado/a por dos polvos bien
echados a cuenta de su pequeño éxito literario, el escritor frustrado era capaz
de obviar la acogida displicente, si alguna, que tenían sus poemas, cuentos,
novelas más allá de su pequeño círculo de iguales...En caso de tratarse de
un novelista, era –sigue siendo-
imprescindible que se sintiera incomprendido por sus contemporáneos, íntimamente
dolido ante las reacciones mezquinas de quienes aún no aprecian los desafíos planteados
por su primera obra, por supuesto fuertemente dotada de un trasfondo teórico y
un sinfín de filiaciones. Si es poeta, en cambio, venía incomprendido de casa y
sus expectativas previas a la recepción de su obra difícilmente podían ser
defraudadas. En todo caso, el escritor frustrado está seguro de que habrá más y
mejores lectores en el futuro, grandes críticas, muchas otras obras, y si no,
será culpa de los lectores, de los críticos, de la desastrosa publicidad de la
editorial, del papa de Roma…
4. Rechazado su segundo libro, o a las
puertas de un premio de campanillas que nunca llegará, o publicado sin pena ni
gloria en un rincón aún más oscuro que el primero, el escritor frustrado se ve
obligado, si tiene dos dedos de frente, a dejar la adolescencia atravesada de
malditismo molón y alcohólico que trataba de alargar inútilmente. Se le plantea
entonces (luego están los que se quedaron en la fase 3 y allí alcanzarán la
edad de jubilación, pero de esos no hablamos aquí: ya hemos dedicado un año a
hablar de gilipollas, y hoy no toca), mientras aborda una vida no dedicada a la
creación, el dilema básico del escritor frustrado: dejar de escribir del todo, o
solo dejar de decir que escribe.
5. El retrato debería acabar aquí, en el
dilema del punto 4. Pero no suele. El escritor frustrado, hay que
reconocérselo, además de follar como un campeón, es porfiado. Pasa el tiempo y
él sigue escribiendo, más o menos secretamente. Y los amigos le tratan de
tironear. Unos poemas en una revista. Ahora unos textos en el libro de un amigo
ilustrador (y autor). Un bulle bulle, vamos. Y así durante años, lustros,
décadas. A veces, incluso, y eso sí que es imperdonable, el escritor frustrado,
ya fondón y absolutamente incapaz de abandonar un vicio contraído a los ocho o
nueve años, piensa en llamar a ese amable poeta al que ve poco, y que tantas
veces le ha ofrecido hacer de intermediario con un amigo de una editorial. Lo
piensa un poco, revisa sus textos, saca el poemario, la novela que fiel al
tópico guarda celosamente en un cajón, se le escapa una sonrisa al verse a sí
mismo otra vez en la misma situación, y se dice “observen la tontería”
Tip traduce de inmediato:”Regardélagilipolluá