sábado, 30 de julio de 2011

Vacaciones


           Estupendo. Que síííííí. Que ya lo séééé. Que ahora toca descansar. Y disfrutar de unas bien ganadas vacaciones. Eso. Y recuperar fuerzas. Claro. Y relajarse. Vale. Y romper con la rutina, cargar las pilas, tomarse un merecido descanso, respirar hondo, tumbarse al sol, tomarse un respiro, pasar tiempo con “los tuyos”, volver a encontrarte a ti mismo, recobrar energía, olvidarse del estrés y, por encima de todo, desconectar. DESCONECTAR. De puta madre. Pero, ¿quién coño somos todos? Millones de presidentes de IBM, de directores de la NASA. ¡Cuánto estrés! ¡Todos a desconectar! Al parecer todo el mundo acaba de comprar deuda griega, o de volver de Afganistán, o de enseñarle Ciudadanía al alcalde de Valladolid. Todos atacados, desesperados por desconectar.
     Dejando de lado la ya clásica paradoja capitalista de correr-para-ganar-más-y-pagar-el-spa-que-nos-hace-falta-porque-corremos, lo más sorprendente es que todos los que (todavía) tienen trabajo, sea éste el que sea, se han convertido en protagonistas de una peli de brokers de Wall Street. Todos estresadísimos, hiperconectados, sobreexcitados y sobreagilipollados. No vale con decir que hace calor, que el trabajo es una condena, y que necesitamos descansar. No. Hay que desconectar. Lo dice todo el mundo: Psychologies, Cosmopolitan, El Magazín, Men´s Health y, claro, El País Semanal. Lo dice la tele, que ha conseguido convertir en noticia el calor (“El verano más caluroso del siglo”, “el mes de julio menos caluroso en 30 años”, “el jueves por la mañana de la segunda quincena de julio más húmedo de los últimos cincuenta años bisiestos”: en serio, alguien debería comprobar si son ciertos todos esos titulares), el frío, la lluvia, la amenaza de lluvia, el cansancio, el descanso y la vuelta al trabajo.
    Ir al trote gorrinero a la búsqueda del relax es una más de esas irresistibles amalgamas publicitarias: compra un coche carísimo para ser rebelde; compra tecnología, pero preocúpate por la adicción tecnológica; disfruta como un gourmet de comida y bebida, pero no pases de 50 kgs.; compra lo último en ropa, música o libros, pero sé tú mismo. Sé tú mismo. Algún día habrá que hablar aquí de la incomprensible manía de ser uno mismo, conocerse a uno mismo, buscarse a uno mismo y, of course, quererse a uno mismo (y miembros más o menos periféricos). Algún día hablaremos. Ahora basta con señalar una obviedad, que para eso estamos: si no has tenido tiempo de encontrarte a ti mismo, quizá ni de empezar a buscarte, en los 335 días anteriores, es porque no te conviene. Si hubiera algo que ver, ya habrías pasado por allí, o visto algún cartel (“A TI MISMO…35KM “o “A TI MISMO…UN VIAJE A INDIA), y no necesitarías un safari, un pediluvio o una ducha escocesa para señalarte el camino.
   No hacer nada es cojonudo. Casi tanto como leer, follar, beber, reírse. ¿Hay que darles una mano de “relax” para adornarlos, para dignificarlos? ¿Desconectar de todo no significa que habría que mandarlo todo a la mierda y así no tener que desconectar? ¿O es solo que esa gilipollez léxica y autocompasiva mola, nos da un barniz inconsciente de importancia, de anuncio con triunfador/a buenorro/a que toma bífidus?
  Aviso desde ahora mismo que este blog no desconecta en vacaciones. Si acaso pasan unos días más entre una entrada y otra será culpa del Glenrothes, de una sombrilla asesina o, lo más probable, será que ni yo mismo ni mi yo interior de agosto tenemos tantas cosas de qué quejarnos estando cerca, gracias a las vacaciones, mi chica y su yo interior (espero que también esté su yo interior, porque el cabrón de mi yo interior, con lo del puto yoga de la unidad, ya no se conforma con mirar).  No puedo repetir lo de “a cagar a la playa”, porque no hay sitio.  Disfruten del verano, que es estupendo.

martes, 26 de julio de 2011

Whisky y homeopatía

         ¿Quién dijo que esta época era superficial, vacua, que había acabado el tiempo de las grandes preguntas, de la gran metafísica, de la épica, la lírica y el vermú a mediodía? Aquí, hoy, como buen burgués de mi tiempo, me acucian interrogantes de gran profundidad (abisal, podría decirse), preguntas esenciales como: ¿se quieren realmente Alberto y Charlene?, ¿de verdad aprobó la selectividad Luna Miguel?, y, la que me intriga hasta no dejarme vivir en paz: ¿por qué las botellas de whisky de malta no tienen memoria como el agua de los botecitos de homeopatía?
            Explico cómo llego a esta duda insoportable. Las similitudes son innegables. Ante una enfermedad grave, tienen un efecto similar, y ambos son, en cambio, muy tranquilizadores en el día a día, mejorando sustancialmente (o eso dicen los homeópatas; del whisky lo aseguro yo, sin sombra de duda) el difícil equilibrio entre los elementos espirituales y los físicos. Eso sí, hay varias diferencias innegables: el alcohol dificulta la conducción, aún no se sabe de ninguna obra maestra de la literatura escrita con ayuda de los granulos homeopáticos, y en la homeopatía los golpecitos hay que darlos antes de tomarla, mientras que con el licor los golpes en la mesa suelen darse después, con el vaso ya vacío (hasta doce veces, en el caso de Dylan Thomas, si la leyenda de sus últimos minutos es verdadera).
            Pero vayamos a lo que me reconcome. Dicen los defensores de las terapias homeopáticas, y quién soy yo para contradecirles, si no tengo ni idea, que, en un caso de necesidad, cuando se acaba la solución que estamos tomando, puesto que el agua tiene memoria, podemos rellenarlo  y tomarla como si fuera la misma medicina, hasta poder comprar un bote nuevo. Después de todo, el grado de dilución de las sustancias homeopáticas es tan increíble que apenas habrá diferencia. Menos mal que está la memoria del agua. Ayer probé a hacer lo mismo con una botella de escocés de malta que estaba en las últimas. No lo hagáis. No funcionó. Por lo visto, el whisky no tiene memoria, o tiene menos que la Dory de Buscando a Nemo. El agua sucia resultante no adquirió las propiedades, ni el sabor, de la bebida original, y no me quedó más remedio que recurrir a la medicina tradicional: la tienda de la esquina. Así pues, frustrado, existencialista casi, luchando, cuerpo a cuerpo con la duda, al borde del abismo estoy clamando a Glenrothes: ¿POR QUÉ EL WHISKY DE MALTA NO ES COMO LA HOMEOPATÍA?

    Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte…

Menos mal que, sabiendo que llega agosto, ya me voy sintiendo mejor. Será efecto placebo, pero funciona… ¿o será que llevo media botella de “single malt”?

viernes, 22 de julio de 2011

Premium (y II)

   Es seguro que me equivoco al recordar, de memoria, un poema de Homero Aridjis sobre Orfeo, que decía algo así como que los no iniciados deben cerrar los ojos y quedarse fuera de la luz. Sólo los iniciados deben mirar.  Repitamos. Los no iniciados: fuera de la luz. Tú,  no-iniciado-de-mierda-con-cara-de-gañán, a las tinieblas. No quiero verte abrir los ojos. Piltrafilla.
Más o menos, milímetro de exageración arriba o abajo, así me siento en una degustación de delicatessen o en una cata de vinos. En la oscuridad, mientras los que saben sonríen tras sus copas perfectas, levantan sus cejas perfectas para dejarse invadir por esas perfectas notas cítricas, o a especias, que ellos saben apreciar en su nunca bastante aclamada perfección. Vale, muchos no saben quién o qué era Orfeo, pero ellos pueden abrir los ojos (mucho) y decir “coupage”.

Por fortuna para mí y para los que me rodean (qué expresión, suena a cerco policial:”estás rodeado, sal con las manos por encima de la cabeza” ) y me aguantan, ahora tengo este blog. ¿Cómo hacía antes para descargar mi ira infinita al salir de la tienda Gourmet de El Corte Inglés? Ahora puedo ser el Paco Martínez Soria de las enotecas, porque tengo este  espacio donde vociferar, echar espumarajos por la boca contra tanto esnobismo insoportable y proclamar a gritos , ya sin (tanta) vergüenza:
-No soy un sibarita. No soy un gourmet. Me intimidan las corbatas negras de los vendedores de Nespresso: el café está bueno, pero ¿es necesario hacerte sentir como un intruso en un concesionario de Ferrari? No distingo unas anchoas de 5 €  de unas de 25. No quiero saber cuál es el coupage ideal para la Tinta de Toro. De hecho, no quiero saber qué coño es el coupage. No me gusta el vinagre de moras ni de frutos rojos, ni las reducciones de Pedro Ximénez, ni me gusta… (me tiembla la voz de tanta sinceridad represada)…es hora de confesarlo abiertamente…
  
                    ¡¡¡NO ME GUSTA LA PUTA TRUFA BLANCA DE LOS COJONES!!!

¡Hala! Ya está dicho.

miércoles, 20 de julio de 2011

Premium (I)


       El otro día, mientras tomaba una cerveza bien fría en uno de esos vasitos pequeños de Mahou que han desaparecido totalmente de los bares de este país, me asaltó una punzada de culpabilidad: el vaso equivocado, quizá la tapa equivocada…ni siquiera se trataba de una cerveza hecha con algún procedimiento antiguo especial, o por lo menos importada…vivo en el estrés permanente de no estar a la altura, de comer y beber sin ton ni son, de comprar lo incorrecto, de ser un paria de la vida social: estoy “out”, aunque a veces, ay, me gustaría estar “in”, para saber qué se siente y que me creciera una de esas miradas que disfrutan los que saben…
Mi angustia empezó, primero, porque había que tomar el vino a cierta temperatura, y si no lo decantabas y esperabas el tiempo necesario “para que respirase” te miraban mal. Luego no valía con comer queso cortado a triángulos: fundamental tener fondue y raclette. Poco después llegaría el gin-tonic “perfecto”. Si no es en copa de balón no vale, los hielos de agua mineral, la ginebra de algún encantador pueblecito en Surrey (las de Birmingham, psss…no es lo mismo) y con cuatro o cinco destilaciones (¡será por destilaciones…!), la tónica…prefiero no hablar de la tónica, que me enciendo, la pimienta de Madagascar… Luego, la sal. La gama de sales de las tiendas gourmet son la cápsula del tiempo definitiva por la que los extraterrestres del futuro podrán tener constancia de lo gilipollas que éramos. Uno puede imaginarse a un par de especímenes de Alfa Centauri, por poner un sitio cercano y de nombre molón, descojonándose ante las etiquetas de los precios:
Centaurito 1:-“Sal de Hawai”, 25 €.
Centaurito 2:-Vaya hatajo de gilipollas…
Centaurito 1:-En Hawai seguro que había un sibarita comprando sal de Torrevieja o de Cádiz a 30 euros el tarrito.
Centaurino2:-No me extraña que se extinguieran. Eran una especie sin remedio…
Centaurito 1: -Sí, es verdad, pero hacían unos gin-tonics cojonudos…

domingo, 17 de julio de 2011

Oneness


Ya, ya sé. Que la idea del progreso es como la de la decadencia: narraciones, relatos que hace tiempo consideramos como tales. Que no, que no hay avance lineal desde la barbarie y el caos hasta las alturas de la felicidad universal, ni caída en picado desde un paraíso perdido, donde todo era más real, más puro, mejor, y encima los tomates sabían a tomate. Vale, de acuerdo. Pero hay al menos una excepción, un aspecto en el que ese progreso es más que un espejismo. Algo en lo que la humanidad no ha dejado de superarse, de ir más allá, con espíritu olímpico, día tras día: la gilipollez. La gilipollez no tiene techo, es eternamente perfectible, alcanzándose sin parar hitos que hace nada parecían inalcanzables.
   Encontré el otro día un folleto que anunciaba un curso de oneness, algo así como yoga de la unidad. Por los medios habituales (meditación, mantras, ejercicios físicos, imposición de manos…) sabiamente combinados se accede al yo interior, a la unidad de cuerpo, mente y ser universal. Imposible no sentirse golpeado por la luz reveladora de la verdad. Oneness. Diksha. La unidad. ¡Alcanzar la unidad! Y, como consecuencia, lograr la salud, el placer, el conocimiento: todo en uno, nunca mejor dicho.  Una navaja suiza de la espiritualidad. Entrar en contacto con mi yo interior y tener de paso una excusa para ponerme esos pantalones anchos tan chulos. ..Joder, dónde hay que apuntarse…
Sin embargo, en cuanto pasó mi primer entusiasmo (y un errático recuerdo de Spinoza y de una camisa blanca que había visto en una tienda, perfecta para la ocasión), me dio por pensar:
1. Una vez contacte con mi yo interior, ¿qué cojones le digo? ¿Le agrego en facebook, para mantener el contacto? ¿Y si me cae mal?
2. Si se trata de varias sesiones semanales, a lo largo de varias semanas, y por tanto el contacto con el yo interior es frecuente, digamos que como un número favorito en el contrato del móvil o una tarifa plana de yo interior, ¿puede el yo interior seguir siendo interior? ¿No llegaría, por mor de la unidad, a ser exterior (luminoso, amplio, todo exterior: un yo con vistas)? Tendría entonces que buscar otro yo más interior, no sé… por medio del reiki, por ejemplo, hasta que ese fuese exterior, y así sucesivamente, realizando interminables prospecciones que me llevarían a la meditación trascendental ,  la biodanza, las flores de Bach o –Krishna no lo quiera- incluso a abrirme los chacras…convirtiendo insaciablemente en exteriores a todos esos yoes interiores exhumados…me dan escalofríos en el aura solo de pensarlo.
3. Si descubro mi unidad con el todo, con el ser universal, ¿debería pagar el curso?, ¿no estoy pagándome a mí mismo?, ¿no soy el curso?,  ¿no podrían pagar El Everest, o el virus de la gripe, que son uno conmigo?
4. Finalmente, lo más importante: ¡¿Por qué coño estos folletos tienen que estar siempre tan mal escritos? ¿Puede sanarme alguien que no sabe acentuar?  ¿Es que su yo interior no sabe leer ni escribir? ¿No podría, al ser uno con el universo, agenciarse un libro de estilo y la ortografía de la RAE, o incluso fundirse con ellos?
Sin  dejar de fluir con la gilipollez universal hasta el infinito y más allá, bien yo o bien mi ser espiritual anotaremos en el blog los progresos hacia la trascendencia o hacia la tienda con la camisa blanca, lo que pase primero.

viernes, 15 de julio de 2011

Otro puto blog

   Dicen los que dicen que saben que sacar fuera los cabreos, las angustias y los odios es muy sano y muy correcto. Yo, que digo que los que dicen que saben deben de saber lo que dicen, voy a hacerles caso. Ya está bien de criticar a los bloggeros por la insustancialidad de sus posts, por colaborar en la mergesse  (la merdesse) de la sobreinformación, la instantaneidad y la falta de criterio. Voy a sumarme a ellos. Voy a amontonar mi voz con todas esas voces, a menudo anodinas (como la mía, claro) y tantas veces entregadas a la egolatría, el exhibicionismo, el opinionismo (en cualquiera de sus variantes, desde el opinionismo-leninismo hasta el opinionismo-neoliberal, pasando por el horterismo-opinionismo, rama ayerdescubríelpostmodernismo.com) y la pedantería. Ya los he  criticado en clases, cafés, bares de diferentes pelajes, restaurantes con pretensiones, trenes de alta y baja velocidad y por lo menos treinta cumpleaños infantiles. Ahora toca estar del otro lado. Malgastar esa prosa finísima que incubaba para futuras genialidades en tonterías sin enjundia, en los asuntos banales del día, en señalar con el dedo lo que me molesta como si a alguien más le importara. Las razones de este cambio, que me han traído hasta la red, son sólo dos y muy simples:
-hasta yo soy capaz de vislumbrar que la prosa finísima que incubaba no desembocará en genialidad alguna, que me está vedada, con lo que me quedaban dos opciones: sacarla a pasear en alguna tontuna como ésta o meterme mi prosa por el culo de escritor frustrado y pretencioso que me adorna.
-los que dicen que saben no auguran nada bueno a los cascarrabias, quisquillosos, pesimistas y malencarados. Nos amenaza el infarto, la úlcera y la risoterapia (¡y hasta ahí podíamos llegar!). Así que se acabó de torturar a mi chica o a mis amigos con mis quejas o de guardarme los cabreos. Para eso está este blog, regardelagilipollua, para devolverme una salud que nunca tuve. No hay más que ver las fotos de Javier Marías, lozano y satisfecho, para darse cuenta de que este tipo de terapia funciona. Además, como esto no es la última página del EPS, apenas cuatro gatos sabrán de mi mal carácter y mi falta de adaptación "a los tiempos que corren" (¿hay acaso otros tiempos? ¿los hay que reptan? ¿los de Marías levitan?). Vaya, que me voy a quedar nuevo. Un abrazo a todos, y, como diría Rubianes, a cagar a la playa.