¿Quién dijo que esta época era superficial, vacua, que había acabado el tiempo de las grandes preguntas, de la gran metafísica, de la épica, la lírica y el vermú a mediodía? Aquí, hoy, como buen burgués de mi tiempo, me acucian interrogantes de gran profundidad (abisal, podría decirse), preguntas esenciales como: ¿se quieren realmente Alberto y Charlene?, ¿de verdad aprobó la selectividad Luna Miguel?, y, la que me intriga hasta no dejarme vivir en paz: ¿por qué las botellas de whisky de malta no tienen memoria como el agua de los botecitos de homeopatía?
Explico cómo llego a esta duda insoportable. Las similitudes son innegables. Ante una enfermedad grave, tienen un efecto similar, y ambos son, en cambio, muy tranquilizadores en el día a día, mejorando sustancialmente (o eso dicen los homeópatas; del whisky lo aseguro yo, sin sombra de duda) el difícil equilibrio entre los elementos espirituales y los físicos. Eso sí, hay varias diferencias innegables: el alcohol dificulta la conducción, aún no se sabe de ninguna obra maestra de la literatura escrita con ayuda de los granulos homeopáticos, y en la homeopatía los golpecitos hay que darlos antes de tomarla, mientras que con el licor los golpes en la mesa suelen darse después, con el vaso ya vacío (hasta doce veces, en el caso de Dylan Thomas, si la leyenda de sus últimos minutos es verdadera).
Pero vayamos a lo que me reconcome. Dicen los defensores de las terapias homeopáticas, y quién soy yo para contradecirles, si no tengo ni idea, que, en un caso de necesidad, cuando se acaba la solución que estamos tomando, puesto que el agua tiene memoria, podemos rellenarlo y tomarla como si fuera la misma medicina, hasta poder comprar un bote nuevo. Después de todo, el grado de dilución de las sustancias homeopáticas es tan increíble que apenas habrá diferencia. Menos mal que está la memoria del agua. Ayer probé a hacer lo mismo con una botella de escocés de malta que estaba en las últimas. No lo hagáis. No funcionó. Por lo visto, el whisky no tiene memoria, o tiene menos que la Dory de Buscando a Nemo. El agua sucia resultante no adquirió las propiedades, ni el sabor, de la bebida original, y no me quedó más remedio que recurrir a la medicina tradicional: la tienda de la esquina. Así pues, frustrado, existencialista casi, luchando, cuerpo a cuerpo con la duda, al borde del abismo estoy clamando a Glenrothes: ¿POR QUÉ EL WHISKY DE MALTA NO ES COMO LA HOMEOPATÍA?
Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte…
Por lo visto, todavía no hay comentario en este blog Preocupín.
ResponderEliminar- Primero quiero animarte a seguir así, me gusta mucho el tono de tu escritura (y además hago deberes buscando palabras desconocidas)
- Secundo, quiero comprobar que funcionen los comentarios.
Un abrazo. Pascale
Pues con el coñac tampoco funciona...
ResponderEliminarGracias, Pascale, por los ánimos.
ResponderEliminarAlfonso: lamento que el coñac tampoco tenga memoria. Tendremos que inferir que sucede lo mismo con la ginebra, el vodka, el chinchón... Un abrazo resignado. Habrá que seguir comprando.
Charlatanes. Si el agua tuviese memoria como esta gente dice, despues de su recorrido por la tierra en estos últimos millones de años, se habrán dikuido en ella infinitamente, todos los elementos del planeta, por lo tanto, sería la panacea universal.
ResponderEliminarEn el agua lo que mejor diluye es la superstición y la necesidad de consuelo. Un saludo.
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