martes, 21 de febrero de 2012

Cheesy fool

Cuentan de un duque que un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se sustentaba, de los congresos que hacía… pero no, no vamos a hablar de él…

Cuando toda España está pendiente de los implantes de Belén Esteban, de la reforma laboral que nos han asestado por la espalda, de controlar al enemigo (los niños de 12 años de Valencia: habría que revisar aquel dicho futbolero que aseguraba que “no hay enemigo pequeño”) y, básicamente, de cómo coño pagar la reparación de la lavadora, el recibo del comedor o el seguro del coche…hay un grupo de mentes preclaras lanzando cuchillos virtuales de blog en blog a cuenta de quién es más moderno, quién más reaccionario, quién lleva mejor los pantalones de pitillo o quién no ha follado todavía lo suficiente para llamarse escritor.

Tanto las editoriales como las revistas donde los “nuevos narradores” son promocionados a conciencia deben de estar felices. Autores que, de otro modo, pasarían sin pena ni gloria, consiguen su parcelita de popularidad que, así, minimizará su seguro fracaso comercial. Porque, seamos claros, a la gente, al común, a la masa de lectores, estos modernillos no le gustan. Son demasiado “experimentales” (permítaseme malbaratar aquí ese adjetivo, luego precisaremos), demasiado raros, demasiado aburridos, y ni poniéndoles pinta de cantantes pop y creándoles un personaje van a vender más de mil ejemplares (soy generoso, no lo puedo evitar). Pero resulta que esa es su única baza, porque los otros lectores, los exigentes, los valientes, los pacientes, los culturetas, tampoco los tragan. Igual porque antes de leer sus “irritantes” y autocomplacientes “experimentos” habían leído a Torrente, a Benet, a Goytisolo, a Beckett, a Joyce, a Barthelme, Barth,  a Foster Wallace. Y ¿cómo llamar revolucionaria, rupturista, experimental, a una de esas novelas casi 100 años después de Tarr, 90 años después del Ulises, 70 después de Finnegans Wake, 50 después de Molloy, 40 después del Conde Don Julián…?

Dichas todas esas obviedades, no sería justo dejarlo a medias… entre los que los despedazan hay, a veces, una saña innecesaria. Jóvenes que creían descubrir el Mediterráneo ha habido siempre, y sus poemas, canciones y novelas eran, mayoritariamente, una puta mierda: hace treinta años como hace diez. De entre esos, algunos eran “descubiertos”, vendidos y comentados durante un tiempo, y al poco se olvidaban, quedando una mínima porción –afortunada, claro, siempre quedará la duda de cuántos buenos libros han quedado en un cajón-  de los que realmente iban en serio y tenían algo que decir. La diferencia, se me dirá, es que hay un nuevo escritor de moda cada semana, que cada cinco minutos se “vende” una nueva narrativa y que la generación que esta mañana era lo último, por la tarde ha quedado en reliquia antediluviana. Cierto, pero es que no podemos pretender que el “hecho literario” quede al margen del funcionamiento general de la industria cultural. Bueno, podemos, pero solo nos causará más frustración. O dicho de otro modo, que darles caña (aunque, claro, es tan tentador, se pasan tan buenos ratos…)es participar del mismo mecanismo que les ha dejado creer que son la leche, y quizá permitir que todos esos nombres resuenen por igual, lo que hará aún más difícil que se escuchen los dos o tres que, a la larga, puedan realmente merecer nuestra lectura. Que la vida es corta y uno no puede perderla en discusiones baldías por un trozo de tarta que es tan pequeño que da risa (los poetas saben de eso un rato), y mucho menos leyendo –para poder criticarlos con la conciencia tranquila, a diferencia de los que los alaban a sueldo en los medios sin leerlos,”que uno se vende pero no se flagela”- libros que pasarían desapercibidos si no hicieran presa en nuestra mala leche y que quizá nos estén privando de distinguir entre ellos la verdadera novedad. Y necesitamos además tiempo para preocuparnos del despido libre, de las tetas contaminadas de la Esteban y de esos peligrosos terroristas con cara de niña de trece años que toman nuestras calles pidiendo (¡nada menos! ¡habrase visto! ) más educación pública y menos fórmula 1.

lunes, 6 de febrero de 2012

Talk to the hand


La semana pasada, en un hito marcado ya a fuego sobre la historia de los medios de este país, alguien reconoció no saber nada de un tema y no tener una opinión formada sobre él. Como os lo cuento. Se trataba del antropólogo Manuel Delgado, colaborador habitual de La Ventana, en la Ser. Desde ahora, lo deberíamos llamar San Manuel, aunque eso nos traiga confusiones unamunianas que haya que capear, porque este hombre es un héroe, más aún, un superhéroe; no solo rara avis, un ave zancuda (referencia poética que solo unos happy few pichacortas sabrán apreciar: si de pájaros hablo...); un semidiós; una auténtica pieza de museo en todos los medios, audiovisuales o escritos, digitales o analógicos de este país. ¿Dijo “no sé”, “no tengo opinión” y no se acabó el mundo? ¡Lo hizo! Lo oyeron mis oídos y lo festejaron mis cinco neuronas (tengo otras cinco en barbecho, no me tomen por descerebrado). Por inaudito que sea, podría darse el caso de que cundiera el ejemplo. Por eso me he sentido en la obligación de dejar constancia del suceso,  con la esperanza de que pueda servir de espejo en el que mirarse para otros tertulianos. Por eso y también por si no vuelve a repetirse en mi -espero- todavía larga vida, como el paso del cometa Halley, que ya con seguridad no va a pillarme de pie.

No hablo de internet y los blogs, cuya misma esencia es el yoestoyaquinooshabíaisenteradocapulloshacedmecasoquesoyunputogenio. O sea, todo dios hablando de lo que no sabe. Eso sí, he observado que, en general los internautas se especializan en una ignorancia concreta. Así, pongamos por caso, alguien que no sabe mucho de literatura, menos aún de teoría o crítica literarias, se especializa en reseñas de libros, centrando su desconocimiento en un área que llega a desconocer con gran profundidad. Los que evitamos esa especialización somos pocos, procurando sumar a la desfachatez del desconocimiento el lucirlo ecuménico, despeinado y con chorreras. No puedo, ni quiero, evitar esta sensación de superioridad que proporciona la variedad y la amplitud, vastísima, de mis ignorancias, del mismo modo que se me levanta imperceptiblemente el mentón de orgullo al poder demostrar que, como decía un amigo hace años, soy polidiota: puedo ser gilipollas en varios idiomas. Mucho. Muy gilipollas.

Ahora bien, hay quien en internet SABE que no sabe, es consciente de estar opinando sobre un tema que no domina, que le supera y para el que cierta formación sería recomendable, pero, oye, entretiene, da gustito el opinionismo, sube la moral, y hay incluso quien puede encontrar un ligue, o, por lo menos, echar unas risas con gente majica.  Y luego están los que NO SABEN  que NO SABEN. Por eso dan tanta pena las discusiones enconadas, las pataletas, los pontificantes, y por eso un blog, un foro, los comentarios de un periódico, un puto feisbuk y demás artilugios nunca podrán estar a la altura de la amorosa felicidad de las discusiones de barra, donde las cañas, los vinos o los cafés engrasan cualquier pedantería, suavizan con un guiño cualquier boutade y nos devuelven nuestra propia caricatura de inmediato si nos hemos pasado de lapidarios y contundentes en algo que, después de todo, estamos muy lejos de saber con seguridad. Escrita, y sobre todo escrita a vuelapluma (hablo de de blogs donde se mantiene en general un gran nivel de discurso y casi siempre una educación intachable, islas en medio del océano de oligofrenia que es la Red), una opinión siempre parece más terminada de lo que querríamos, y solo el humor y una sabia gestión de las ignorancias salva los debates cibernéticos del patetismo y la estulticia de las tertulias televisivas y radiofónicas, cuando los salva.

     Habrá quien diga que me pongo crepuscular, nostálgico, y que en la realidad digital no hay ninguna cochambre que no estuviera ya en la analógica. Vendrá algún lectoespectador con flequillo a decir que soy un rancio, y seguramente tendrá razón. YO NO SOY MODERNO, que decía El sobrino del diablo. Ni quiero seeerlooooo  (qué pena que no sé colgar podcasts, si no, os la canto de verdad). Pero la verdad es que no es lo mismo que un erudito a la violeta opine en un bar que en la red, entre otras cosas porque luego no podemos obligarle a invitarnos a las cañas para compensarnos su onanismo intelectual. Y que conste que sé de lo que hablo. Que llevo muchas cañas pagadas...