jueves, 27 de octubre de 2011

Voracidad

Cambios, novedades, conmociones grandes y conmociones más grandes. Conmociones conmocionantes que conmocionan al mundo. A las 8, Apocalipsis; a las 8:30, El saludo a la nueva era. El parto del nuevo hombre/ la nueva mujer, nuevos lectores, nuevos ciudadanos. El parto de los montes.

Activos, aunque espectadores; consumidores, pero críticos. Inquietos. Voraces. Participativos. Ante todo, participativos: gilipollez 2.0. 

No quiero darle otra vuelta a Baudrillard, que era muy cansino, ni voy a inventar otra vez la lentitud, la introspección, ni la bolsa de agua caliente. Solo que pasa, a veces, que no queremos estar al tanto, saber qué se cuece. Que a veces no hay nada que comentar cuando se lee una noticia en el periódico, o una entrada en un blog. Que es posible no tener una clara actitud ante un fenómeno (digamos, el 15M, o el libro electrónico, o la sombra de ojos azulada), como es posible ser perezoso, pasivo, ensimismarse, desconectarse. Y sin que la desconexión sea una nueva tendencia, otra tendencia, otra puta tendencia. Y ahí quería llegar.
La obsesión por el hilo que pueda seguirse, la imagen impactante ha calado mucho más allá de los medios de comunicación y las agencias de publicidad. Así, los políticos, los bloggeros, los artistas tienen siempre acelerado el pulso: rápido el comentario, la novedad, la respuesta, otra novedad. La hiperestesia ya no es un estado, es una condición. 
Hoy yo no acabaré esta entrada, lo hará Flaubert, que yo tengo una flojera 2.0:
“¿Qué hiciste todo el día, mientras yo miraba el trigo que segaban, y el polvo, y los árboles verdes? ¿Cómo pasaste el domingo? Querría escribirte una carta buena y larga, pero tengo mucho sueño, aunque no son las diez. He traído aquí algunos libros que leeré poco, y mis guiones de la Bovary, en los que trabajaré mediocremente. Voy a comer, a fumar, a bostezar al sol, y sobre todo a dormir. A veces tengo grandes necesidades de sueño durante varios días, y prefiero un barbecho completo que media labranza.”

martes, 18 de octubre de 2011

La vida padre (o madre)


Hay padres libres y padres con cadenas.

Hay padres yo-soy-el-primer-padre-del-mundo-esto-es-único.

Hay padres “mi hijo no ha dormido nunca la siesta ni se ha acostado antes de las 11 porque no quiere”. Hay padres “mi hijo no lee o no estudia porque no le gusta”. Ah, bueno, si no quiere…si no le gusta…

Hay padres "todobien". Padres "fenomenal fenomenal". Padres que nunca gritan, nunca lloran, nunca se desesperan, nunca han pensado “pequeño cabroncete” o “estoy hasta el coño/los cojones de repetir lo mismo”, nunca han  desfallecido en su entusiasmo. Son los padres de Caillou pero con vida sexual.

Hay padres de anuncio, que son ambos tan guapos, tan encantadores, tan en forma, tan todoterreno japonés de color oscuro que al pasar a su lado uno tiene la tentación de buscarles en la espalda o en el pecho el logo de una marca, porque, sin duda, incuestionablemente, ALGUIEN o ALGO les tiene que patrocinar…

Hay padres que compran libros (así les llaman) infantiles por temas: solidaridad, adopción, discapacidad, terrores nocturnos, consumismo…son padres voy-a-conseguir-que-mi-hijo-aborrezca-la-lectura-cuanto-antes. (Inciso: si quieres que tu hijo vea que es normal que dos hombres sean padres, no compres un cuento sobre qué normal es tener dos padres).

Hay padres que dicen “este chiquillo es tonto”  o (incluso) “pero tú eres tonto, o ¿qué te pasa?” y, sorprendentemente, no se sienten insultados ni caen fulminados por un rayo de vergüenza. De entre todos los padres gilipollas, estos destacan como los ejemplares más cumplidos de gilipollez. No suelen coincidir con los tipos anteriores, pero se dan casos híbridos.

Hay padres “en ese cole van muy retrasados con los contenidos”. Suelen coincidir con los padres “desde luego en el nuestro están muy encima de los niños”. A veces son también padres “para mí es fundamental que sea bilingüe”, y en ocasiones extremas resultan, a la vez, padres “dos horas al día por lo menos de deberes y estudio”, conocidos como Padres Cultura del Esfuerzo o Padres de la Excelencia.

Hay padres, en resumen, empeñados en que sus hijos sean lo que los niños, por definición, no son si no les deformamos: AUTÉNTICOS GILIPOLLAS SIN REMEDIO.

Y claro, hay padres que hacen lo que pueden, padres nada más, grandes padres que procuran que sus hijos sean un poco más equilibrados, más conscientes y menos gilipollas de lo que ellos son/han sido. Pero eso es otro blog.

jueves, 13 de octubre de 2011

Ven, decórame otra vez...

      Me encantan las tiendas de dietética. No puedo evitarlo. Oigo la palabra herbolario y un latigazo de placer sacude mis extremidades. Todas esas soluciones sin problema son el complemento ideal de la vida, llena de problemas sin solución. Y los olores. Y las cajitas. Y las dependientas. Si además son también las propietarias del negocio mi admiración es incontenible, y se me disparan las asociaciones lógicas: toda propietaria de un sitio monísimo de nutrición, dietética y cosmética natural está exactamente a dos tés de distancia de haber sido propietaria de una tienda monísima de decoración. O, más precisamente, a un té y un botecito de flores de Bach. Estos mecanismos míos de asociación escapan por completo a mi control, y son a veces tan clarividentes, o tan desquiciados, que hacen parecer las metáforas futuristas simples como el tweet de un futbolista. Veo a una mujer dispensando aceite de onagra y la imagino, con mínimos retoques y el mismo todoterreno, alabando las virtudes de un mueble chino decapado. 
 No tengo ahora tiempo –se nota, creo, por el abandono en el que tengo la casa de Regardé: ni el polvo le he quitado en 8 días- para entrar en detalles, pero la decoración es uno de los grandes males de nuestro tiempo, a la altura, o casi, de la literatura infantil que educa en valores y de los putos cursos de técnicas de control del estrés. 

Concluyendo: ¿de dónde sale el dinero de esas tiendas carísimas? ¿No habrá una secta que las financia? ¿No serán todas esas mujeres que tan profundamente admiro cyborgs fabricados en algún sótano de ciencia ficción? Y, siguiendo con las asociaciones, ¿cómo hace Lucía Etxebarría para asegurarse con cada entrevista promocional de que no vamos a comprar el libro que promociona? ¿Se adquiere esa habilidad o se nace con ella?
        
      Como no todo va a ser en este blog admiración por las bondades del mundo, rendida pleitesía ante la inteligencia que nos envuelve y buenos sentimientos, aprovecho para hacer una súplica. ¿ES ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE QUE SIGAMOS SOÑANDO CON ANA PASTOR? ¿No podrían conformarse con quitarnos el estado del bienestar, hacernos pagar por la educación, recortar subsidios, eliminar todos los festivales de cine y literatura y borrar todos los premios de poesía que pensábamos ganar? ¿NOS TIENEN QUE QUITAR TAMBIÉN A ANA PASTOR?

miércoles, 5 de octubre de 2011

Pajaritos

Cuánto estoy aprendiendo, desde que tengo este blog. Me ha dicho un pajarito que los blogs no deben tener entradas largas, que deben incluir más gadgets y enlaces y que un blog sin facebook ni twitter está muerto. Vale.



Otro pajarito me aseguró ayer que hacer bromas con la portada de Beigbeder o criticar a Espido Freire porque hable de sus trapitos y de cómo se premia con un Channel cuando consigue un “logro personal”  demuestra que soy un lector antediluviano, un resto de serie del siglo XX con prejuicios y resistencias dignos de un Adorno (en versión lega, se entiende). Cuando lo dicen los pajaritos, que lo saben todo, algo de verdad habrá…

Hace un rato, en el colmo de mi desesperación, me ha soltado un tercer pajarito que modere mi escepticismo sobre la red mientras esté en la red, algo así como si no pudiera criticar algo de mi ciudad o mi país si no emigro antes, o mejor, como si no pudiera criticar otra ciudad mientras estoy allí (porque estoy allí), en fin, como los gilipollas que dicen que los inmigrantes no tienen derecho a quejarse de nosotros o de nuestro país porque han venido.

 ¿Será mala señal tener el escepticismo digital del mismo tamaño que el analógico? Ya hablamos aquí de un aspecto del tema, pero, además, no sé por qué debería cubrirme de una inocencia que no tengo en el mundo real. Un ejemplo: hace poco, Alberto Olmos seleccionaba lo que consideraba esencial “en la circulación del hecho literario en Internet” y utilizaba como uno de sus criterios el número de comentarios de los blogs, y, supongo, sus visitas. A ver si lo entiendo… los best-sellers en papel son basura en su mayoría, y su popularidad no los dignifica (de hecho, a menudo, parece que los estigmatiza), pero un blog muy visitado y con más de cien comentarios al día merece atención o respeto, aunque sea una puta mierda con menos interés y escrita mil veces peor que el peor de los best-sellers. Y oye, que no hay nada que objetar a los blogs que tienen cientos de comentarios, nada que objetar a su popularidad. Mejor para ellos, pues de crear lazos, sentirse arropado, “expresarse” y afianzar la autoestima se trata básicamente en la mayoría de los casos, y lo logran. Chapeau. Ahora bien, con todo el respeto a Olmos, que nos ha hecho y nos hará pasar muy buenos ratos, la literatura es otra cosa, y no puede medirse por el número de usuarios únicos ni por la cantidad de comentarios. El Gran Gatsby y Ulysses se publicaron el mismo año, pero solo cuatro se enteraron, porque la gente compraba por miles las novelas infumables de Hutchinson. Y, para terminar de quedar como un neandertal: ¿alguien en serio cree que los poemas imprescindibles o los cuentos brillantes que alguien esté publicando en su paginita desde, pongamos, Cuenca, recibirán la atención que merecen? ¿Que podrá ser tan visible como Luna Miguel, como Fernández Mallo? ¿Alguien cree que si Beckett escribiera hoy algo tan radical y exigente como Molloy o Malone muere podría publicarlo? Y si lo hiciera en Internet, ¿cuántos comentarios tendría?, ¿cuántos usuarios únicos?, ¿cuántas visitas?

 Lo sé, lo sé perfectamente: hoy me he vuelto a poner demasiado serio. Hago propósito de enmienda para la próxima entrada y, de momento, me impongo un castigo severo: empiezo a flagelarme después de comer. Es que ahora tengo que ponerme a cocinar…Hoy, mi chica y yo comemos pajaritos fritos. Con un Monastrell, cojonudos.