El otro día, mientras tomaba una cerveza bien fría en uno de esos vasitos pequeños de Mahou que han desaparecido totalmente de los bares de este país, me asaltó una punzada de culpabilidad: el vaso equivocado, quizá la tapa equivocada…ni siquiera se trataba de una cerveza hecha con algún procedimiento antiguo especial, o por lo menos importada…vivo en el estrés permanente de no estar a la altura, de comer y beber sin ton ni son, de comprar lo incorrecto, de ser un paria de la vida social: estoy “out”, aunque a veces, ay, me gustaría estar “in”, para saber qué se siente y que me creciera una de esas miradas que disfrutan los que saben…
Mi angustia empezó, primero, porque había que tomar el vino a cierta temperatura, y si no lo decantabas y esperabas el tiempo necesario “para que respirase” te miraban mal. Luego no valía con comer queso cortado a triángulos: fundamental tener fondue y raclette. Poco después llegaría el gin-tonic “perfecto”. Si no es en copa de balón no vale, los hielos de agua mineral, la ginebra de algún encantador pueblecito en Surrey (las de Birmingham, psss…no es lo mismo) y con cuatro o cinco destilaciones (¡será por destilaciones…!), la tónica…prefiero no hablar de la tónica, que me enciendo, la pimienta de Madagascar… Luego, la sal. La gama de sales de las tiendas gourmet son la cápsula del tiempo definitiva por la que los extraterrestres del futuro podrán tener constancia de lo gilipollas que éramos. Uno puede imaginarse a un par de especímenes de Alfa Centauri, por poner un sitio cercano y de nombre molón, descojonándose ante las etiquetas de los precios:
Centaurito 1:-“Sal de Hawai”, 25 €.
Centaurito 2:-Vaya hatajo de gilipollas…
Centaurito 1:-En Hawai seguro que había un sibarita comprando sal de Torrevieja o de Cádiz a 30 euros el tarrito.
Centaurino2:-No me extraña que se extinguieran. Eran una especie sin remedio…
Centaurito 1: -Sí, es verdad, pero hacían unos gin-tonics cojonudos…
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