Me encantan las tiendas de dietética. No puedo evitarlo. Oigo la palabra herbolario y un latigazo de placer sacude mis extremidades. Todas esas soluciones sin problema son el complemento ideal de la vida, llena de problemas sin solución. Y los olores. Y las cajitas. Y las dependientas. Si además son también las propietarias del negocio mi admiración es incontenible, y se me disparan las asociaciones lógicas: toda propietaria de un sitio monísimo de nutrición, dietética y cosmética natural está exactamente a dos tés de distancia de haber sido propietaria de una tienda monísima de decoración. O, más precisamente, a un té y un botecito de flores de Bach. Estos mecanismos míos de asociación escapan por completo a mi control, y son a veces tan clarividentes, o tan desquiciados, que hacen parecer las metáforas futuristas simples como el tweet de un futbolista. Veo a una mujer dispensando aceite de onagra y la imagino, con mínimos retoques y el mismo todoterreno, alabando las virtudes de un mueble chino decapado.
No tengo ahora tiempo –se nota, creo, por el abandono en el que tengo la casa de Regardé: ni el polvo le he quitado en 8 días- para entrar en detalles, pero la decoración es uno de los grandes males de nuestro tiempo, a la altura, o casi, de la literatura infantil que educa en valores y de los putos cursos de técnicas de control del estrés.
Concluyendo: ¿de dónde sale el dinero de esas tiendas carísimas? ¿No habrá una secta que las financia? ¿No serán todas esas mujeres que tan profundamente admiro cyborgs fabricados en algún sótano de ciencia ficción? Y, siguiendo con las asociaciones, ¿cómo hace Lucía Etxebarría para asegurarse con cada entrevista promocional de que no vamos a comprar el libro que promociona? ¿Se adquiere esa habilidad o se nace con ella?
Como no todo va a ser en este blog admiración por las bondades del mundo, rendida pleitesía ante la inteligencia que nos envuelve y buenos sentimientos, aprovecho para hacer una súplica. ¿ES ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE QUE SIGAMOS SOÑANDO CON ANA PASTOR? ¿No podrían conformarse con quitarnos el estado del bienestar, hacernos pagar por la educación, recortar subsidios, eliminar todos los festivales de cine y literatura y borrar todos los premios de poesía que pensábamos ganar? ¿NOS TIENEN QUE QUITAR TAMBIÉN A ANA PASTOR?
Uy, uy, uy... me encanta esta entrada y los saltos que has dado hasta llegar al tema que realmente te preocupaba: la inminente marcha de Ana Pastor.
ResponderEliminarMe gustan los herbolarios, aunque no tanto como las farmacias. Me gusta la decoración, o más bien necesito pasar por ella para vivir a gusto. Me encanta la duda que te surge en torno a la técnica de Lucía Etxebarría -y añado, que ha de ser la mmisma de la que tira Espido Freire-. Y también me gusta Ana Pastor, aunque no tanto como todo lo anterior. Por todo ello, gran entrada.
esa mujer...ligeramente bizca, lista y atractiva...sólo me hará entrevistas a mí (entre y vistas)
ResponderEliminarLansky, no te reto (por lo de quedarte a Ana Pastor para entrevistas exclusivas) a duelo porque no quiero parecerme a A.P.R., que uno es rancio pero tiene un límite.
ResponderEliminarS. Sunshine, he disimulado, pero efectivamente se trataba de llegar a este grito desesperado en el desierto cibernético, a esta nostalgia Pastoril anticipada...
Jjajaja, esta mañana la estaba viendo mientras desayunaba, y me acordé de ti. Qué cosas.
ResponderEliminarCon un poco de suerte, se va al canal donde trabaja su marido... Cruza los dedos.