Dice Olmos en su última entrada una obviedad que necesita ser repetida de vez en cuando. La facilidad del acceso a la música, el cine y la literatura en la red acaba convirtiendo la escucha, el visionado o la lectura en secundarios respecto de la descarga. Algo así como un tío/una tía que dedicara todo el tiempo a ligar en los bares y conseguir los teléfonos y las cuentas de facebook de tantos tíos/tías follables como pudiera, sin encontrar el tiempo para acostarse con nadie porque está ocupado en conseguir más posibles polvos. Como de hecho les pasa a muchos en la vida analógica, lo esencial para el cibernauta no es follar , sino poder follar. La potencia sustituyendo al acto. Lo importante es descargar miles de canciones, no escucharlas.
En Estados Unidos, donde hay incluso quien paga por descargar legalmente (lo prometo, se han dado casos, documentados ante notario para los Santo-Tomás españoles que no dieran crédito), una muchacha puede recibir en su, pongamos, diecisiete cumpleaños tarjetas de regalo de tiendas online suficientes para acumular canciones que no tendrá tiempo de escuchar (al menos una vez, de escuchar discos enteros varias veces ni hablemos, eso sucedía en el paleolítico superior) antes de los treinta, suponiendo que dedique tres o cuatro horas diarias a escuchar música.
Digo esto para que no parezca que trato de hablar de la piratería, la ley Sinde o las webs de descargas que tan buen negocio hacen de la “gratuidad” –dicen- de la cultura del futuro. No. No quiero hablar de eso. Pero es que, legal o ilegal, descargar se convierte en una actividad de ocio en sí misma, en la que se invierte el tiempo que teóricamente se podría dedicar a disfrutar de los discos, las películas y los libros descargados. Y luego está el modo en que se escucha, mira o lee: la falta de pausa de la que ya hablamos aquí, la discreta o no tan discreta presión por la abrumadora oferta, la pulsión de lo más vendido a un solo clic, la devaluación de la experiencia, tan accesible y repetible, la fragmentariedad. No se me malinterprete, soy nostálgico pero no “a lo Adorno : tengo lector electrónico, disco duro multimedia, aprecio la facilidad de compartir las cosas que disfruto con mis amigos y estoy abierto a dar con ciberpoesía que realmente valga la pena, aunque todavía no me haya sucedido. Ahora bien, estoy seguro de que la forma de leer o escuchar música cambia también desde el punto de vista psicológico y filosófico, no sólo desde el de su soporte, portabilidad o acceso. A falta de que el libro de V.Luis Mora sobre el lecto-espectador me aclare las dudas, no tengo ni puta idea de adónde van los cambios, de cuáles son exactamente las diferencias entre mi lectura ahora y hace veinte años o entre la mía y la de un “nativo digital” (más allá de las evidentes, las motivadas por la edad, la experiencia o las lecturas previas): de la lectura antes y después del Kindkle, antes y después de las descargas en 30 segundos, antes y después de los blogs de reseñas y la publicidad selectiva en internet. En fin, que, como siempre, estoy en la oscuridad y sin visos de ver la luz. Eso sí, respecto al reparto de mi tiempo, salvo algún momento de debilidad o despiste, no tengo miedo. No me arrastrará la corriente digital más allá de lo necesario, y no por inteligencia, de la que nadie podrá acusarme. Estoy a salvo por puro hedonismo: es que donde se ponga leer, abandonarse a la música y follar, follar de verdad, que se quite todo lo demás.
En general, de acuerdo
ResponderEliminarTienes toda la razón, es un nuevo fenómeno este de la descarga por la descarga y acumular por acumular. El otr día un amigo presumía de que tiene 9.000 libros en su e-book. Y no es que sea mnuy aficionado a la lectura, con lo que esa cantidad de libros no se la leerá en la vida
ResponderEliminarCreo que el asunto de las descargas está bastante relacionado con el coleccionismo. Un tipo que colecciona algo no tiene en general con ese algo otra relación, ni extrae de él otro disfrute, que el de adquirirlo, saberse su propietario y sumarlo a un total vocacionalmente creciente. Los sellos, por ejemplo, no se escuchan ni se leen ni se huelen, siquiera. No puede hacerse con ellos mucho más que mirarlos un ratito y saber que se tienen. La facilidad de adquisición que dan las descargas en Internet ha hecho, creo, que haya muchas mentalidades coleccionistas, que hasta ese momento se limitaban a las cajas de cerillas, los posavasos o los corchos de botellas de vino, que se han pasado jubilosamente a los archivos mp3 o EPUB. Con los mismos criterios. No pretenden de ellos otra cosa que de las cajas de cerillas, los posavasos o los corchos: coleccionarlos.
ResponderEliminarDesde ese punto de vista los titulares de las propiedades intelectuales así atacadas deberían estar tranquilos. El individuo capaz de acumular 9000 títulos en su e-book en ningún caso se habría comprado esos 9000 libros en papel. No han perdido con él, pues, ni una sola venta. Los que como yo nos los bajamos de tres en tres y a medida que deseamos leerlos, nos acabamos comprando en papel los que nos gustan, y los que no, no nos los habríamos comprado nunca. Tampoco con nosotros pierden ventas.
Yo creo que se quejan mitad por vanidad -a ver si hacen creer a alguien que los están descargando a ellos- mitad por precaución, mitad por vicio.
Sí, ya sé que me han salido tres mitades. Pero es que ellos son así, exagerados.
Lansky: parece que últimamente no nos pasaba, así que me alegro de coincidir, en general.
ResponderEliminarM. Baquero: 9000 libros que sin duda no sabe cuáles son ni para qué sirven...
Vanbrugh: creo que das en el clavo con lo de las colecciones (aunque los coleccionistas de sellos o monedas se recrean en su recuento, contemplación, en tener lo que falta en esa creciente colección, SABEN lo que tienen. A menudo los de las descargas bajan casi al azar, ni siquiera conocen su colección como tal -ni de coña el contenido artístico, claro-)y también en lo de las quejas por las pérdidas de ventas.
Más que coleccionar, como dice Vanbrugh, normalmente certero, es 'acaparar', precisamente por lo que añdes tú en el comentario posterior, como una gorda comprando azucar porque ha oído que va a haber huelga...
ResponderEliminarPero la gorda sí quiere para algo el azúcar -se lo come, con lo que se queda sin él(*)- y el azúcar que no compre ella lo puede comprar otro, por lo que existe la posibilidad de que se acabe, hay cierto fundamento en la idea de quererlo acumular. Mientras que el descargador compulsivo no quiere sus archivos más que para descargarlos, seguiría teniéndolos aunque los escuchara o los leyera mil veces y no tiene por qué temer que vayan a acabarse, ni los que acapara ni los otros. Es una compulsión más inexplicable aún.
ResponderEliminar(+) ¿'Él'? ¿De dónde habré sacado yo la vaga idea de que 'azúcar' debería ser de género femenino? La RAE dice que es amb...
Creo que el que acapara archivos no termina de ser consciente de que no son azúcar, y de que no van a acabarse ni a dejar de estar disponibles. Me temo que por mucho que cacareen, muchos tienen todos los tics de una mentalidad analógica en una (superpuesta)careta de gilipollas digital.
ResponderEliminarEsto le sucede a mucha gente y es bastante absurdo.
ResponderEliminarHay quien hasta graba CDs con archivos.
Cierto, Iracundo. Un saludo.
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