“Muslamen, muslamen, muslamen en la televisión,
Muslamen y peramen, para el pajillero solterón…”
El sobrino del diablo
Poco hay que añadir a la canción del Sobrino, excepto quizá ampliar el espectro de pajilleros que forman el “target” televisivo (¿sólo solterones? ¿sólo hombres?) de tanta carnaza. Y hacer una breve lista de respingos.
Primer respingo: asuntos de género, que no precisan casi comentario. Bueno, a veces también asoman algunos muchachos musculosos con bañadores apretados, pero la tele de verano se puebla principalmente de protuberancias y redondeces femeninas, que son a los programas veraniegos lo que los insultos y las burradas al discurso de los tertulianos de la TDT: gratuitos, demasiados, repetitivos, pero esenciales para ocultar el vacío y no pensar, porque hasta ahí podíamos llegar.
Las playas, por supuesto, son el principal objetivo. De todos es sabido que en todos los kilómetros de costa de este país no hay personas entre los veinticinco y los setenta años: solo tías/tíos buenos de veinte con ganas de fiesta y señoras de más de setenta (con bañador de flores, claro está) que cacarean y enseñan los dientes. A la playa se va a bailar en chiringuitos de moda con la música a todo trapo o a comer magro con tomate que sale de unos tuperwares de los años ochenta. Nada más. Si os parece que habéis visto otro tipo de seres o actividades, es un espejismo. No vayáis a poner en duda la realidad televisiva por una débil ilusión de vuestros sentidos, y menos en la “época estival” (si así dicen siempre en la tele será porque así se llama). Pero sucede que la estupidez nacional no es suficiente para abastecer tanto programa, y surge una mezcla de Españoles por el mundo y Arena mix que nos muestra la gilipollez en otras playas de Europa, Asia y América: Portugal, Tailandia, Croacia, Malta, Colombia…donde se reproduce el mismo tipo de comportamientos y criaturas. Estos programas podrían bien llamarse “Pajilleros Viajeros”, porque el nombre resume el contenido, o la falta de contenido, del formato. Sirven, de paso, para confirmar algo que todos sospechábamos: la ubicuidad de la gilipollez, que junto a su infinita perfectibilidad (que ya comentamos) forman la trinidad de sus características: perfectibilidad, ubicuidad y comunicabilidad (nadie es gilipollas para uno mismo, nos hace falta público).
Y ahí llega el segundo respingo. El peor. Los bronceados cuerpos que se contorsionan bailando en la playa al son del último dj-gurú alojan algunas sinapsis, no muchas, pero algunas, y laringes, y pasa lo que tiene que pasar: hablan. Ríen. Gritan. Vuelven a gritar. Vuelven a hablar, o algo parecido. Y otra vez a gritar. Y no sé si será grave, o me lo tengo que hacer ver, pero de inmediato sé que si voy a la playa debo dirigirme a la zona de las señoras con bañadores estampados. Ya he buscado una receta de pisto por Internet y le he pedido a mi madre el libro de Saber Vivir, para estar preparado y tener conversación.
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